La vida de uno la construye uno, o una en su caso. Y cuando se camina por la vida, se da una –o uno- cuenta de que construimos todos con un material al que llamamos “realidad”, a la cual nos despertamos cada día y que viene siendo eso, lo que su propio nombre indica: la Realidad.
La materia con la que contamos para construir nuestra vida, para realizar nuestros sueños, para lo que sea que estamos aquí y decidimos en cada paso y según cada punto de vista es esa: la Realidad. Hasta aquí todo claro, ¿no? Obvio.
Bien. Esa realidad, que se nos muestra en la mayoría de los casos terca, limitada, difícil o despareja con nuestros sueños y aspiraciones más profundos y antiguos, por una razón o por otra y en un grado u otro. Y se va construyendo en cada presente. Cada decisión la moldea. Las mías, las del mecánico del garaje donde paso la ITV, las de la Kardashian, las del dueño de la cadena de TV que le paga sus cosas a esa señora, las de una ministra o las del papa. Un momento, para quieto ahí…
Las decisiones que toma el dueño de la cadena que le paga sus cosas a la Kardashian, las de la ministra o las del papa, mueven muchas más toneladas de realidad que las mías. De hecho, si miro bien, hasta puedo darme cuenta de que lo que esas personas mueven, afecta a mi capacidad de movimiento. Glub.
Porque en un mundo donde muchos minutos y aspectos de las vidas de mis conciudadanos son determinados por la Kardashian, el dueño de la cadena de TV, la ministra y el papa, ese hecho DEFINE la realidad que las personas viven. MOLDEA sus opiniones, sus gustos y su modo de pensar. Y marca pautas en la realidad en la que uno se mueve y con la que contamos para construir un camino.
SÍ; LO HACE. De muchos modos y con implicaciones a todas las escalas y no sólo para ellos.
Ya que yo un día salgo a la calle a comprar al Maradona de turno y cada vez más, me parece que vivo en una realidad fría, adormecida, ramplona y tirana, donde los que despiertan –que son más de los que parece, en mi experiencia- tienen que sostener una titánica lucha -no ya por ser quienes son sin esclavitudes sociales- sino por no volver a dormirse.
Porque la realidad que uno o una vive día a día, cambia mucho en función de lo que se ve, oye y siente en cada momento y por mucho que nuestra vocecita egoísta y auto-indulgente, nos diga que estamos sabiendo distinguir la tele-pantalla de la vida real, no lo estamos haciendo.
Si no fuera así, la realidad no se parecería cada vez más a las tele-pantallas, a todas ellas, con Internet a la cabeza del ranking como generadora de modos de pensar y de modas a las que apuntarse con furia desesperada.
Y no es lo mismo escuchar todo el rato “en-plan-mazo-súper-así” entre cada dos frases de parloteo insustancial o repetitivo, todo el día sin descanso, y que si el partido, la última de Netflix y Maroto el de la moto… no es lo mismo esa repetición continua de mensajes archisabidos, sin contenido transformador verdadero -o con algo pero de muy escaso valor- que oír las voces del corazón de las personas.
Las voces reales del corazón de las personas a veces contienen naderías, si bien siempre van acompañadas de una verdad. No son básicas, ni tampoco alambicadas: son sinceras y no pintan el mismo paisaje, ni nos afectan del mismo modo, ni generan la misma realidad.
Hemos permitido que nuestros sueños los fabriquen otros. Y nuestra voz del corazón, con ello, se confunde, trastabilla, se obceca y acaba por guardar silencio.
Me voy a la cama la mayoría de los días sin haber escuchado una verdad de alguien, o presenciado una emoción pura sin juzgar si es “buena o mala”… simplemente real, verdadera, espontánea. Sin haber oído una idea diferente, un punto de vista nuevo, algo que me haya hecho moverme una mínima pulgada de donde estaba ayer.
Y miro a mi alrededor, a la naturaleza y a los humanos, a todo lo que está a mi alcance y veo por mi propio ojo que si existe una verdad constatable, es que todo cambia, que nada permanece.
Es una ley en mi experiencia vital, es la realidad que yo veo suceder. Y entiendo por qué todo efecto o actitud inmovilista, repetitiva y conservadora, acaba generando un conflicto con esa realidad incontestable. Si no me muevo ni una pulgada, un día me veré obligado a dar un salto que tal vez no esté en condiciones de dar. Es cuestión de tiempo. Tratar de retener el agua del río del que soy parte, es simplemente descabellado.
Y me tengo por una persona medianamente pragmática.
Puedo intentarlo y hasta tener cierto éxito temporal, desde luego, pero antes o después, la vida se mostrará tercamente acabadiza, finita y ornada con una serie de fealdades que, si no acepto, me acabará afectando de muchos modos y muy desagradables todos. Y me arrastrará.
Lo que pasa, es que en esos días en los que nada nuevo sucede, ni dentro ni fuera de mí –en esa estabilidad tan codiciada y aletargadora- el tiempo también se me presenta desnudo y a gatas, como queriendo decirme: “nada me ha vestido hoy: he permanecido sin adorno, sin huella, sin identidad, sin cuerpo. No me has notado pasar, no me has hecho caso, has elegido la inconsciencia.”
Y le miro con los ojos muy abiertos, porque el jodío tiene más razón que un santo. Y por más que mi ego le quiere llamar Gollum y decirle que se calle, porque mi tesoro es esa inconsciencia y la quiero, tengo que admitir que está en lo cierto.
Si ni siquiera soy capaz de adornar mi tiempo de vida consciente generando recuerdos nutritivos con mi presente, de vivir momentos que alimenten mi yo futuro con una vida experimentada en profundidad, ¿a qué cojones he venido a esta fucking pista americana gimkana llena de trampas?
Muy placentera también sí. Ya. A eso se da la mayoría, de un modo u otro. Pero el placer conlleva dolor, la fealdad está ahí y se habrán de equilibrar, en cada caso a su modo, pero habrá que hacerlo. ¿Y cómo se hace eso? Con verdad.
Se puede uno atragantar de verdades o de Verdad, cuando la vida decida azotar con el dolor, la enfermedad, la vejez y la muerte, la pérdida, etc… que van a aparecer sí o sí; así que o vamos haciéndonos poco a poco a la idea, en el día a día, o antes o después nos recolocará la vida y puede ser muy doloroso si se ha vivido en mentiras.
Aceptando la verdad en cada momento y dando verdad al mundo, es la cura preventiva y la medicina que ya tendremos preparada cuando más la necesitemos. Y esto, de practicarse con rigor, constancia y amor, tiene un efecto colateral muy interesante: dotar de contenido a la vida.
Porque es la verdad la que llena al Tiempo y le da forma. Son las emociones las que lo colorean. Y son las ideas nuevas, las que lo estiran y hacen crecer. Porque la vida debe llenarse de vida.
Cago’n deu y aquí nadie parece darse cuenta.
Y se defienden a muerte cosas inanes, que no son más de un pasatiempo irrelevante: el reguetón, tele cinco, el fútbol y el pedo de fin de año, todo aquello que mantenga la rueda sin moverse, todo aquello que siga llenando los tiempos de vida de bolas de grasa, azúcar hinchado y buenos deseos correctos.
Y de autosatisfacción indolente, y de odio contra alguien o algo, que de algún modo hay que desahogar la sensación que en muchos y muchas late más o menos asfixiada -en un fondo muy profundo de la conciencia- de vida de mierda, porque de mierda llenan su vida.
De emociones mediocres y condicionadas, de auto-represión de las verdaderas aspiraciones, de infantilismo mental, de sexualidad tarada, de ideas sin fundamento, de elaboradas argumentaciones para defender idioteces, de ausencia de profundidad en la experiencia vital, de envidia-resquemor-amargura en cualquiera de sus formas y manifestaciones, de relaciones sin peso ni verdad, de cesión de su verdadero poder…
…de autoyo-mi-mi-mi-yo-yo-yo, de mentiras fabricadas para consumo diario, de sensación de hartazgo de una vida sin propósito ni dirección, de aceptar el desamparo y la falta de protección de una sociedad-estado-sistema que debería cuidarle, de pobreza y miseria de pensamientos, de palabras, de actos y de sueños, de tapar agujeros del alma con compras, cruceros y celebraciones…
¿No es acaso mierda todo eso? ¿Y no es plena y conscientemente elegida? Y políticamente correcta, desde luego.
¿Cuántos estamos dispuestos a ejercer la autocrítica? ¿Cuántos realmente a darnos cuenta de que estamos empleando la totalidad de un precioso tiempo de vida y aprendizaje, un tiempo que NO SABEMOS CUÁNTO VA A DURAR, en naderías? ¿Y que eso no depende de lo que haga, sino de si realmente me estoy enterando de lo que estoy haciendo, por qué lo hago y para qué?
¿Cuántos y cuántas se atreven a mirarse en el espejo de la verdad, no sólo el de la auto-complacencia ni el del auto-castigo, para verse completos y sin autoengaños? ¿Cuántos /-as entienden que si no hacemos esto, no hay vía de escape al mundo duro y feo que podemos estar dejando a nuestros sucesores y descendientes?
Por eso nos llaman guerreros, con mucha humildad, a los que emprendemos ese camino: el camino de la verdad del corazón. Porque es difícil, arduo, costoso, duro, árido y nos puede dejar muy solos y a eso, no hay mucha gente dispuesta.
Porque si realmente queremos que nuestra vida, nuestra realidad y por tanto nuestro pensamientos, palabras, actos y lo que nos rodea en nuestra cotidianidad sea verdad, hay que atarse los machos, o las hembras, y emprender ese camino.
Un guerrero verdadero -en este sentido- lo es, porque lleva tiempo recorriéndolo. Lo único que le diferencia de los que no lo son, es que es consciente de su pequeñez, de su fragilidad y de lo escaso de su tiempo.
El guerrero o guerrera, el Buscador/-a de la Verdad, aprende el Amor amando y con ello, entendiendo cuántas formas puede tener el Amor. Lo incorpora generándolo día a día en pensamientos, palabras y actos y dejándose enseñar por la experiencia real, que le dice una y otra vez que todavía no ha entendido lo que es el Amor de verdad. Y todo lo hace porque ha conseguido permitir que ello surja natural y espontáneamente de su corazón, ardua tarea.
Ama hasta entender que el Amor está también en la Muerte y cuando lo descubre, comprende que hasta que eso no se ha comprendido, no se ha comprendido nada.
La razón occidental se revuelve y aúlla, tan ella, en el lugar donde vivo.
Vivimos con miedo a la verdad.
Ese el mayor miedo de la sociedad y los individuos. También es la mejor tierra de labranza para criar ladrones, corruptos, violencia, ignorancia y miseria. Quienes lo fomentan, lo saben. Sí, todo el mundo te dirá que la verdad duele y todo eso. Todo el mundo conoce el dicho, pero nadie –o casi nadie- lo afronta hasta sus últimas consecuencias.
Ni siquiera son capaces –la mayoría de las personas que he conocido en mi vida- de comprender las implicaciones de ese dicho, fuera del alcance de su ego. Tengo estudio de campo de 37 países y en seis idiomas, no pretendo saber nada con certeza absoluta, pero cuento con margen para sostener lo que digo.
Cuando la palabra Muerte te lleva directamente a un lugar feo, sea de miedo, de reacciones morbosas, ideas psicopáticas, escapismo o fanatismos de cualquier índole, preocúpate. Estás contaminada/-o de un virus muy peligroso. El virus del miedo a la verdad. Y ese virus te lo han metido entre la Kardashian, el fútbol, la Charlize anunciando Dióóóg, el cole, la Uni, la empresa de trabajo temporal, el papa, las compañías de seguros y el telediario de las 3, en esta parte del mundo.
Una verdadera cerca de basura para el intelecto humano, para el corazón humano, diseñada para impedirnos ver la verdad, hasta no saber distinguirla. Los pocos que tenemos la seguridad suficiente económica y de vida, los que no tenemos que emplear nuestras energías en subsistir como podamos, los que disponemos de tiempo y medios para hacer el favor a la Humanidad de avanzar intelectual, emocional y espiritualmente… nosotros que podemos, nos dedicamos a honrar marcas y cuentas bancarias, a consumir mierda a granel, a permitir que nos humille la empresa o político de turno y a odiar o desconfiar de quien sea. Y a sostener mentiras entre todos.
¿Cómo, entonces, vamos a poder dirimir ninguna cuestión social importante, si grandes masas de ciudadanos eligen forjar su intelecto y moral en lo superfluo o en lo inmediato? ¿Cómo abordar ningún asunto de trascendencia, si ni siquiera se puede discernir lo que es importante y lo que no? ¿Cómo dar pábulo a las opiniones vertidas con tanta furia de tanta pseudolaconchadetuhermana, cuando se vive con miedo a la verdad?
Si no se sabe distinguir al ladrón del generoso, al corrupto del servicial, al que habla con verdad del que no, es porque no lo ponemos en práctica y por tanto, no podemos saber qué pinta tiene eso de ser sincero, honesto, íntegro y descarnado y lo que cuesta hacerlo.
¿Qué solución pues, vamos a buscar? Si no hay vocabulario suficiente para designar objetos y emociones, verbos y situaciones, si el lenguaje se empequeñece para crear una realidad borrosa donde no hay matices, ni profundidad, sino gritos de pasión irracional, frases ingeniosas, memes, propagandas, correcciones políticas y mercadeos varios… ¿qué puñetas vamos a votar?
Si lo correcto es no decir las cosas como son y lo practicamos con fervor para ser admitidos socialmente, ¿qué vamos a generar en estas condiciones, sino una pseudorrealidad, llena de pseudocosas?
Esto es lo que hay y esto es lo que –desde mi humilde punto de vista- no estaría de más tratar con rigor y sabiduría. Porque los Buscadores de la Verdad estamos ahí, buscando, sufriendo acosos múltiples, tratando de entender y –en la medida de lo posible- de ayudar. Echadnos una mano, por lo que más queráis.
Porque la aspiración de un Buscador de la Verdad, es transformarse en un Desvelador de Verdades. Y sin vuestras verdades, no tengo sentido. Yo quiero desvelar. Nos va mucho en ello, a todos. Demos verdad al mundo, cada uno la de nuestro corazón. No se me ocurre mejor modo de disipar la nube de mentiras que nos invade.
Me lo estoy imaginando y me lo gozo….
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